
El sonido del silencio parte de la noche,
los suburbios y fríos callejones
enjaulan a las criaturas que los acogen.
Son pobres desgraciados, que viven
de su cuerpo y del sudor de su frente,
recorrerles la piel hasta que amanece y anochecé.
No lloran, ríen a la muerte, como si fuera la
sombra que camina a su costado.
No conocen el hogar cálido y rico en amores,
el aroma a la comida caliente que se cuela fuera
de las ventanas, o una cama tibia y el beso de una madre.
Pero si conocen aquel pavimento mojado de los callejones,
el aroma húmedo y triste de la muerte,
una banca envuelta en periódicos
y el beso dulce y amargo de la muerte.
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